Somos flores de cerezo, y el viento decide nuestro tiempo.
He amado a dos hombres, o tres.
Hasta ahora, mi piel sigue siendo campo fértil
y mis manos son fuertes.
Todo sigue en su sitio
y estoy arañando eso a lo que le llaman plenitud.
Ese gravitatorio punto muerto
donde las dos inercias contrarias de la vida se conocen,
para luego dar paso
a un extraño sutil en el espejo
que cada día es un poco menos lo que somos
y la mujer y los hombres que yo he amado
se volverán recuerdos de sí mismos.
Hasta que un día, soltemos amarras de la vida
y lo que sea que le siga a nuestros cuerpos
rompa las aguas de la eternidad o de la nada.
Pero he amado
Y si al final eso se traduce en que perdura
la imagen de unos ojos, o el calor de una boca,
habrá bastado
para decir también que hemos vivido
y que no ha sido en vano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario